Sepa la Bola
Claudia Bolaños
Y Sepa La Bola… pero la ASEA (Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente) presume ser la autoridad ambiental del sector energético. Dice cuidar al planeta, vigilar instalaciones, prevenir daños. Pero su ejercicio cotidiano parece más una operación de castigo que de supervisión.
Desde 2015, esta agencia —adscrita a la Semarnat— asumió el control sobre los permisos de impacto ambiental para gasolineras, ductos, terminales y todo lo que huela a hidrocarburo. Lo lógico habría sido ordenar el sistema. Lo que ocurrió fue otra cosa: cientos de estaciones fueron clausuradas por no tener “autorización vigente”, aunque sí contaban con permisos estatales válidos cuando fueron construidas.
Los papeles que en su momento eran legales, hoy son considerados basura. ¿Por qué? Porque la ASEA decidió aplicar nuevas reglas con retroactividad. El resultado: estaciones cerradas sin derrames, sin explosiones, sin afectaciones al entorno. Solo por tener el sello de la autoridad “equivocada”.
En Michoacán, Coahuila, Puebla, Tlaxcala. El patrón se repite. La agencia no distingue entre quien opera de mala fe y quien cumplió con lo que le exigieron en su momento. No hay distinción entre ilegalidad y cambio normativo. Todo puede ser clausurado.
Datos oficiales reportan más de 2,300 inspecciones entre 2022 y 2024. Al menos 400 derivaron en cierre total o parcial. El delito: trámites vencidos. No riesgos reales.
Mientras tanto, el precio de los combustibles está topado. Las ganancias de los empresarios se reducen. Y la ASEA llega a inspeccionar con lupa… pero sin ruta clara de regularización. Si quieres ponerte al corriente, tampoco te dicen cómo.
¿Así quién invierte?
Si un permiso otorgado legalmente puede ser desconocido años después, ¿qué certeza ofrece el Estado mexicano?.
Proteger el ambiente es urgente. Pero no con criterios cambiantes, ni con medidas punitivas que desalientan la formalidad. La ASEA debería garantizar orden y confianza. Hoy, siembra temor y desgaste.
Y eso también contamina.
Y Sepa La Bola… pero Los Ángeles, California – La ciudad de los ángeles se encuentra envuelta en un manto de humo y controversia. Las violentas protestas que han sacudido sus calles en los últimos días no son un simple estallido de ira espontánea, sino el resultado de una compleja confluencia de factores políticos, sociales y económicos que se han exacerbado hasta alcanzar un punto de ebullición. La figura de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y la sombra persistente de las redadas contra la comunidad latina en Los Ángeles, añaden capas de complejidad a un panorama ya de por sí turbio.
Las declaraciones de Sheinbaum, inicialmente interpretadas por algunos como un llamado a la protesta, y posteriormente matizadas con una condena a la violencia, han generado un debate acalorado. Independientemente de la intención original, la ambigüedad de sus palabras ha creado un vacío que ha sido rápidamente llenado por la indignación y la frustración de una comunidad que se siente marginada y vulnerable.
Pero el trasfondo de estas protestas es mucho más profundo que una simple controversia política. Las redadas contra la comunidad latina en Los Ángeles, un fenómeno que ha persistido a lo largo de los años y que se ha intensificado en ciertos periodos, han sembrado un clima de miedo y desconfianza.
La violencia que ha acompañado a las manifestaciones es, sin duda, deplorable.
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