A unos 300 kilómetros al suroeste de París, despertarse a cero grados es duro. Pero no lo suficiente para detener a mil manifestantes contra las restricciones sanitarias por Covid-19, quienes viajan hasta la capital francesa, pese a las advertencias.
Mientras amanece sobre el escarchado césped del área de servicio de una autopista de la región de Bretaña, el extremo oeste francés. Hasta donde alcanza la vista, desfilan camiones, coches y algunos tractores adornados para el gran día con banderas francesas, bretonas, chalecos amarillos colgados del retrovisor y pancartas.
Para Lisa, que lleva tres días preparando su vehículo, no es su primera lucha: participó desde el inicio en la protesta social de los «chalecos amarillos» que sacudió Francia en 2018 y 2019, y también ayuda a migrantes.
«No pegué ojo. Estoy completamente emocionada», asegura esta auxiliar de enfermería en un hospital público durante 42 años. Quien para la ocasión viaja con su amigo y compañero de manifestación Phil.
La noche anterior fue animada en el aparcamiento de la autopista: «Algunas cervezas y música hasta la medianoche». Gaitas y notas de Bella Ciao. Tras algunas horas de sueño, hay que esperar para el baño.
Y también para comer algo en el puesto instalado la víspera y que está a rebosar de donaciones: paquetes de agua, cajas de fruta, conservas, chocolate… como en tiempos de los «chalecos amarillos».
Esta columna formada por una improbable alianza de activistas de izquierda, de extrema derecha y de «chalecos amarillos» partió de varias ciudades de Bretaña, pero con la misma visión negativa del gobierno.
Además del rechazo a las medidas sanitarias adoptadas para frenar la pandemia de covid-19 como la vacunación o el pasaporte sanitario, este heterogéneo grupo también está preocupado por el coste de la vida. Para Lisa, el deseo de «vivir algo juntos» también les une en esta acción sin precedentes en Francia, inspirada de los camioneros en Canadá que desde hace dos semanas bloquean el centro de Ottawa.
«Estábamos frustrados, esperábamos algo así, un catalizador», añade Phil, que compara la actual excitación con los primeros días de los «chalecos amarillos», movimiento que perdió fuerza con la llegada de la pandemia.
«La piel de gallina» «Cuando vamos a las manifestaciones, nos sentimos menos solos», asegura el activista, que celebra a bordo de su camión sus 58 años. «Al rechazar la vacuna, hemos sufrido muchas rupturas en la familia o en el trabajo».
«Es una aventura. Te juro que lo que estamos viviendo, no es cualquier cosa», asegura al tomar el volante junto a su compañera de viaje de largo cabello pelirroja, con su bocina y su risa fácil. «¡Nos vamos! Se me pone la piel de gallina», asegura Lisa, grabándose en directo con su teléfono móvil.
A la salida del aparcamiento, se ha formado un pasillo de honor alrededor del convoy. La comitiva, formada por varios cientos de coches, furgonetas y camionetas, se dirige a Le Mans por carreteras secundarias, sin superar los 60 km/h entre campos, el olor de las fumigaciones y, en ocasiones, gendarmes.
En el interior de la camioneta, ella y Phil se sienten como si se hubieran ido de vacaciones, pegados al vehículo de delante.
«Quiero que todo se pase bien (…) Me fastidiaría que se fuera de las manos», insiste la manifestante.
Phil dice que quizás tendrán que retirar los carteles con el lema «convoy de la libertad», cuando se acerquen a París, donde las autoridades anunciaron que impedirán cualquier intento de bloquear la capital.
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