Vísperas del Día de Muertos en Mixquic, con los dos volcanes como fondo, sobre un paisaje lacustre, surcado por patos, garzas y una fauna acuática que uno creería extinguida en los valles de Anáhuac y Chalco.
Aquí, la gente espera la visita de sus difuntos con las puertas de sus casas abiertas para que los festejados puedan pasar. Un compacto y abigarrado cementerio rodea el templo colonial de San Andrés, preciosamente decorado por manos indígenas.
El amarillo de los cempasúchiles traza caminos de luz y pétalos, vistiendo los sepulcros viejos y recientes.
Vuelve la fiesta, después de la suspensión del festejo en 2020 a causa de la pandemia que mandó a todos a buen resguardo, y dio mucho de qué hablar y llorar en privado por los nuevos muertos sin velorio.
Ahora los vivos salen a celebrarlos finalmente.
El apego a la tierra y los cuerpos que esta guarda determina grandemente al pueblo nahua de Mixquic, en un confín geográfico de la Ciudad de México hacia el sur-oriente.
Alguna vez fue isla del lago de Chalco, cuando estas tierras eran pródigas en agua y sus canales y lagos eran camino, milpa y casa de los pobladores.
Para llegar a Mixquic ahora no queda de otra que surcar un rosario abigarrado de pueblos, barrios y colonias de Xochimilco, Milpa Alta y Tláhuac en poder absoluto de carros, autobuses, micros y motos.
Los efectos de la urbe llegaron hace mucho, pero no la ciudad en sí. Por algo sigue siendo una de las comunidades con mayor producción de hortalizas para la capital del país.