Un grupo de voluntarios se encarga del testeo, gracias a una autorización oficial que les permite analizar las sustancias que los consumidores portan.
Antes de unirse a la fiesta, jóvenes, algunos vestidos de negro y con maquillaje metálico en Bogotá, avanzan bajo una carpa de música y luces, para someter su cocaína, éxtasis o ácidos a un examen rápido para descartar peligrosas adulteraciones.
Un grupo de voluntarios se encarga del testeo, gracias a una autorización oficial que les permite analizar las sustancias que los consumidores portan en las dosis mínimas autorizadas por la ley.
«Hoy vine a testear una sustancia de ácido LSD para (…) saber qué está ingresando a nuestro cuerpo y poder disfrutar responsablemente», dice Brian Ramírez, un universitario de 24 años que acude por primera vez al servicio.
El nombre proviene de la expresión informal «darse en la cabeza» (ingerir drogas) y pretende promover un consumo responsable.
El país que más produce y exporta cocaína en el mundo despenalizó en los años noventa el porte y consumo de la dosis mínima.
Antes, si alguien era sorprendido con pequeñas cantidades de estupefacientes podía ir a prisión y recibir tratamiento forzado contra la adicción.
El gobierno conservador del presidente Iván Duque quiso atacar el aumento del microtráfico devolviéndole facultades a la policía para decomisar la dosis mínima.
Pero la justicia ratificó el derecho de los consumidores.
«Hemos regulado desde abajo la manera de consumir drogas, desde una lógica del placer, no desde el delito ni de la persecución», asegura el sociólogo Julián Quintero, fundador de la iniciativa.
Análisis de las drogas Aunque abundan las denuncias de abusos policiales, la iniciativa ganó espacio en fiestas, conciertos y festivales, cuyos organizadores financian los test.
El programa también cuenta con una sede en Bogotá donde cada prueba cuesta casi cuatro dólares y recibe recursos de una ONG que hace consultorías sobre el tema.
En la fiesta, una bandera fucsia y verde sobre fondo negro advierte de la presencia de los voluntarios de «Échele Cabeza», algunos de ellos confesos consumidores.
Liman pastillas de éxtasis o recortan papeles con ácido y luego sumergen las muestras en líquidos reactivos que se tornan violeta oscuro al detectar MDMA.
Una anfetamina que es el principio activo del éxtasis o la dietilamida de ácido lisérgico, un alucinógeno popular e ilegal conocido como LSD.
También analizan cocaína, a la que agregan reactivos y centrifugan para determinar su pureza.
Ante un resultado positivo, asesoran al consumidor sobre la dosis recomendable y posibles efectos secundarios.
Uno negativo, en cambio, alerta sobre una posible adulteración y entonces el consejo es unánime: «Bota esa droga».
«Siempre me he sentido con la curiosidad de testear y decir: ‘de verdad lo que estoy consumiendo es algo que es legítimo'», dice Ramírez, quien asegura haber tenido episodios de «manía» por pastillas de éxtasis adulteradas.
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